Fénix

No sabes como ni por que vuelves a notar la calidez del sol sobre la cara. Quieres abrir los ojos pero tienes miedo porque están acostumbrados a la oscuridad. El sol te podría cegar y todo habría sido en vano. Despacito y con buena letra sientes que tu cuerpo reacciona, que se libera poco a poco. Aunque tus brazos y piernas son débiles consigues comenzar a gatear. Tras esto el siguiente paso es ponerse de pie y tratar de andar. Tras encadenar dos o tres pasos la euforia te invade y tratas de correr. Notas que algo te dice: Tus piernas son muy débiles, ¿recuerdas? Y como accionadas por un botón tus rodillas se doblan y caes doblado en el suelo. Vuelves a sentirlo. Ese dolor producido por ti mismo y que te hace volver a entrar en lo mas oscuro de ti, en el cajón donde van a parar los desastres y los sueños rotos, sintiendo que los ojos te pesan mas que nunca.

Al encerrarse en si mismo también se aprenden cosas. Es una lucha. Una lucha por ser lo que quieres ser, una lucha entre el si y el no, el posible y el imposible, el siempre y el nunca, una lucha de la que siempre vas a salir mas fuerte porque solo mirando bien adentro y entendiendo cada parte de nuestro ser encontramos la llave que abre una puerta que siempre hemos visto y siempre ha estado ahí, pero que nunca hemos tenido valor de abrir.

Y es entonces cuando vuelves a abrir los ojos, coges la mochila y echas a andar. Sabes que tus piernas son débiles pero ¿y que? El camino las reforzara. ¿Y si te caes? Pues me levantare, es mas, se que me caeré, pero cada herida me ayudara. Cada herida será la prueba de todo lo pasado, de todo aquello que conseguí superar. La prueba de que sigo estando vivo.


Lo bueno de quemarnos en nuestro propio fuego es que siempre podemos renacer de nuestras propias cenizas.