jueves, 11 de noviembre de 2010

Hace tiempo, mucho tiempo comencé una historia que deje a medias. Siempre había querido terminarla pero había levantado un poquito el vuelo y no habría sido capaz de ser sincero del todo.
Hoy me lo pedía el corazón, por fin me he puesto manos a la obra y he podido terminarla. Espero que os guste

Sonó el reloj en el andén, las doce en punto. El chico giro la cabeza para ver bien la hora. En realidad no le importaba, simplemente miraba para seguir siendo consciente de que el tiempo seguía fluyendo. No sabía ya cuanto tiempo llevaba ahí.
La lluvia comenzó a recorrer su cara una vez más, había perdido la cuenta ya de cuantas veces se había repetido ese instante en el cual las nubes lo absorbían no dejándole ver mas allá de sí mismo.

Levanto la vista buscando cobijo pero no encontró nada. La lluvia arreciaba empapándolo entero, haciendo más pesada su ropa, dificultándole así la marcha.
-Ya que no puedo cobijarme al menos, me sentare, dijo el chico. Avanzo y se sentó en el único banco que había en la destartalada estación. El paso del tiempo había hecho mella en ella dejándola casi en ruinas.
La luna acariciaba su cara. Pensar en lo bonita que era le hizo esbozar una sonrisa. Volvió a mirar el reloj y comenzó a dejarse atrapar en el sopor de las horas, horas de espera a un tren que una vez cogió y que no sabe si volvería a pasar. Día tras día el esperaba en ese mismo banco donde el tren lo dejo, esperando su regreso aunque su cabeza sabia que eso era imposible, su corazón le hacía acudir noche tras noche al mismo lugar esperando un milagro sobre ruedas, un milagro cargado de sueños que le volviera a hacer latir.

Unas veces solo con ver el reflejo de la luna sobre los charcos le hacía ilusionarse, otras las nubes encapotaban la noche la luna y su corazón dejándose atrapar por el vacio de las horas, por el va y ven de alegrías y penas, por el replicar de las gotas en el suelo, en los charcos, en su alma... Era en esos días cuando se sentía mas vivo, sentía ese anden parte de él, era en esos días cuando su único deseo era dejar que la lluvia empapara su cara, mezclandose con sus lagrimas.

Se hacía tarde, el sueño se apoderaba de él y aun tenía un largo camino que recorrer hasta su casa. La tormenta se hacía cada vez más fuerte, pero no le importaba, siempre decía lo mismo:


Ya no espero a que pase la tormenta, aprendí a caminar bajo la lluvia

1 comentario:

Javier dijo...
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